Un albañil con otro albañil. No hablo de tipos con sus peores ropas travestidos de albañiles. Hablo de albañiles bailando en total goce con otros albañiles. Directamente salidos de la obra. Del trabajo, pues. Una pareja de bailarines que solamente en el glamour de la noche regiomontana podría ser nominada para un primer premio de Bailando por un sueño. Un sueño gay, por supuesto. Después de una pareja de albañiles bailando de cartoncito, es decir, con las manos sosteniendo las nalgas del otro como si fuera un cartón de cerveza, después de esa pareja: lo más típico que puedes encontrarte será un trailero bailando con una travesti de lo más producida. Y luego estamos todos los demás, incluido yo, en la pesquisa del amor de una noche. O simplemente de la fiesta. El Jardín tiene múltiples historias como la de un ex maestro de epistemología que bailaba todo meado mientras abrazaba fuertemente a un osito que también escurría orines.
Así es como describo el Jardín Cruz Blanca cuando me preguntan cómo es y quién va. Y agrego: Así pero mucho mejor porque tiene una pasada que da acceso a otro espacio llamado Wateke, mucho más grande que el Jardín, con un escenario donde hay show travesti o de strippers curtidos en gimnasio de barrio: cien por ciento músculo real. Y arriba del Wateke está el Wateke VIP. “¿Qué lo hace VIP?”, preguntan sorprendidos. Pues que en determinado momento de la noche encienden unos aires lavados. “¿Sólo por eso? ¡De risa loca!”, me responden. Es que tú no conoces la noche regiomontana porque no has salido del hotel donde tienen el minisplit a todo lo que da, les digo. Cuando la caguama no te salva del calor: de veras vas a rogar por una mesa en el Wateke VIP antes de desintegrarte en la pista de baile o al darle un trago a tu vasito de cerveza. El Jardín es donde se comparte la cerveza en vaso porque la fiesta es más que el alcohol y parranda: hay un misticismo para el cual hay que estar sobrio y ver, y ver, y ver.
El show travesti ya entrada la noche con Astrid Hadad y una vista panorámica muy rápida.
Siempre que llegan amigas extranjeras (sean de la mismísima París o de la mísera colonia Condesa del DF) o simplemente que no conocen antros regiomontanos, les digo: yo sé de un lugar que nunca vas a olvidar. El mundo entero lo conoce como el Jardín, aunque son tres antros o barras dispuestas en tres zonas amplísimas en varias construcciones que se han ido haciéndose una. Hay de todo, les afirmo. DE-TO-DO. Lo que hayas buscado durante toda tu vida ahí lo vas a encontrar. ¿Un chico fresa de pompas paradas y que mire con asco al 99 % de la gente? Ahí habrá un pequeño porcentaje perdido. ¿Travestis de Yuri, Gloria Trevi, Madonna, un poco en drogas? Aquí hay. ¿Albañiles, obreros, traileros, oficinistas, enfermeros? Da igual: ahí estarán y todavía enfundados en el uniforme como en una fiesta de Halloween perpetua. O como en un video de los Village People: yo mismo he ido una noche cualquiera travestido de romano o de nazi. ¿Vaqueros? También y del tamaño que quieras.
Si no eres tan remilgoso, en el Jardín encontrarás hombres de verdad como dice aquella canción de Alaska y Dinarama. Hombres de verdad que no dudan en bajarse por los chescos si pagas las chelas. ¿Que qué es eso? Pues sí, que no te hagas el enamorado, sólo pago por evento, sin complicaciones, justo para eso el Wateke V.I.P. tiene una bodega junto a la barra que puedes alquilarle al barman. 50 pesos por 15 minutos. Ahí, en la bodega hay un par de sillas y un gran espejo: pásele y disfrute de su chacal y no se exponga. Ustedes creerán que esto es pervertido: coger en el antro. Pero si eso lo hacen en los pasillos o en los baños de cualquier antro heterosexual. Acá: pagas por la privacidad. Y no importa cuántos tipos entren. Hagan su orgía. Claro, eso sí, sólo por quince minutos. Justo el tiempo que decía Andy Warhol que duraría la fama, aquí dura la flama: quince minutos. Y si quiere más, pague de nuevo. La jukebox del sexo y el erotismo.
Aquí una amiga vestida en el mítico arcoíris de la entrada del Wateke Bar.
Hace algunos años el Jardín era el after de afters. Siempre estaba abierto. Los 365 días y las 365 noches del año. Era el tríptico de antros non stop por excelencia del Norte de México. Era adonde llevaba a mis amigas escritoras cuando estaban de visita y los bares cerraban a su hora. Era el mejor after porque desde que entró la alcaldesa panista Margarita Arellanes, –sí, esa misma que le entregó las llaves de la ciudad de Monterrey a Jesucristo– ella y su liga de la moralidad hicieron que Monterrey volviera a ser un ranchito donde todos debían de irse a dormir temprano para continuar la superproducción económica de la ciudad al siguiente día a primera hora. Un sitio como el Jardín Cruz Blanca-Wateke no he visto ni en la Zona Roja de París ni en Chueca de Madrid, ni en la Zona Rosa del DF ni en alguna calle perdida de Guadalajara. Tampoco es la Disco Spartacus de Ciudad Neza. Sin embargo ahora cierran temprano, por eso llegan todas las amigas más temprano.
Vista del Wateke Bar a las cinco de la tarde.
La primera vez que estuve en el Jardín vi sentado en la barra a Carlos Monsiváis, que estaba en la ciudad por alguna emisión de la Feria del Libro, junto a un par de escritores. Luego: cuando a mí me ha tocado ser el anfitrión he llevado a mis amigas escritoras. Tanto que, en efecto, hay joyas del humor involuntario como cuando una amiga jota se sentía soñada porque estaba junto a una importante editora (bio-mujer) de jóvenes escritores, a la que le contaba sus historias de encuentros sexuales y citas literarias al punto de tenerla casi hipnotizada que sin darse cuenta con el cigarro le quemó el vestido carísimo. De esos de tafetán pero tafetán importado. Sólo se escuchó el chillido de mi amiga editora y la réplica de mi amiga tan jota y tan tonta diciendo muy en alto: “¡Ay, entonces ya no me vas a querer publicar, manita!”
Así, del Jardín se cuenta que además de grandes escritores, también han salido fascinados de sus noches de fiesta los miembros de los Pet Shop Boys, los de Placebo, o los mismísimos Alaska y Nacho Canut. Sin embargo, los verdaderos artistas del Jardín son los que día a día, semana a semana, se dan cita en sus pasadizos, en sus mesas o frente a sus rockolas haciendo coreografías nuevas a canciones conocidas.
La Maestra es conocida por todos los visitantes del Wateke porque da clases gratuitas de imitación artística. Aquí una probadita de cómo imitar a Jenni Rivera.
Tanto el Jardín Cruz Blanca como Wateke son lugares de la noche regiomontana que merecen un reconocimiento por liberarnos de la apatía que engloba a los regiomontanos clasistas que piensan que ellos son los que crean la fiesta. El Jardín está abierto desde temprana hora del día, muy rápido por las tardes ya está encaminado a ser la reina de la noche llena de lentejuelas o de manos callosas por la obra albañilesca porque justamente los obreros son los que hacen que la fiesta inicie temprano, nada de jotas superproducidas y recién bañadas, aquí se llega como se ande porque es un sitio donde la convergencia de clases sociales y culturales es un disparador de placer y no un muro de censura.
Vía Google el Jardín Cruz Blanca, esquina de Avenida Colón y Colegio Civil.
Vía Google el Wateke Bar, junto al Jardín Cruz Blanca.
Fuente: http://www.vice.com/es_mx/read/fiesta-gay-en-monterrey-iii-jardin-cruz-blanca-wateke